Juntos pero no revueltos: por qué cada vez más parejas deciden vivir cada uno en su casa
No quieren renunciar a su independencia ni a las ventajas de un compañero sentimental. Se da sobre todo entre parejas divorciadas que no quieren volver a convivir con nadie
Sharon y David son novios desde hace 21 años, pero nunca han vivido
juntos. Cuando se ven, hacen lo mismo que cualquier pareja: salir a
cenar, ver películas juntos, quedar con amigos… Pero nunca discuten sobre quién saca la basura o cómo casar los calcetines.
Se ven sobre todo los fines de semana, mientras que de lunes a viernes
duermen y hacen vida en sus respectivas casas, a 25 minutos en coche de
distancia. “Nos cuidamos y estamos el uno para el otro como cualquier
pareja comprometida, en la salud y en la enfermedad. Simplemente, lo hacemos desde direcciones diferentes.
No creo que necesites compartir el espacio físico para compartir
espacio emocional”, explica Sharon, cineasta canadiense de 57 años.
Son
una pareja LAT, acrónimo de ‘living apart together’ (vivir separados
juntos), una opción cada vez más extendida en los países desarrollados,
como Reino Unido o los países nórdicos, donde se calcula que cerca del 10% de las parejas vive en casas distintas. Una
parte de ese porcentaje lo hace por elección: no quieren perder su
independencia y espacio, pero tampoco renunciar a las ventajas de tener
un compañero sentimental.
“Surgen como consecuencia de la desinstitucionalización del matrimonio, la independencia de la mujer y el impacto de las nuevas tecnologías,
que no solo han cambiado la forma de conocernos, sino que también han
disminuido el impacto de la distancia física”, explica Luis Manuel
Ayuso, sociólogo de la Universidad de Málaga,
que se encontró con este fenómeno investigando sobre el emparejamiento
en personas viudas en España. “Hablaba con mujeres que me decían que ya
no querían lavar los calzoncillos de nadie, sino alguien con quien ir a
bailar o de crucero, y luego cada uno a su casa”.
En
los países donde está más extendido, como Estados Unidos, Francia o
Suecia, los estudios apuntan precisamente a que es la gente mayor, viuda
o divorciada, la que más prefiere estar junta pero no revuelta, puesto
que ya han vivido la experiencia de convivir con alguien. De hecho, en
estos países, hasta un 64% de parejas LAT mayores de 60 años están dispuestos a continuar viviendo separados.
Es
lo que le pasó a Jeni, una trabajadora social retirada de Vancouver que
lleva siete años con Cameron, un profesor de bajo de 60 años al que ve
unos cuatro días por semana. Antes de eso, Jeni había vivido con su
exmarido durante 16 años, hasta que se fue de casa. “Los dos habíamos
vivido solos durante varios años y teníamos vidas divergentes e
independientes que a lo largo del tiempo quisimos mantener”, cuenta a
este diario sobre su pareja actual. “No teníamos intención de formar una
familia, ni de juntar las nuestras (yo tengo un hijo), así que no le
vimos sentido”. Incluso cuando duermen juntos, tienen dos habitaciones,
porque él ronca y ella sufre de insomnio. Cuando no se ven, se escriben
antes de irse a dormir y al despertarse. Según un estudio, el 86% de las parejas LAT se comunica a diario por teléfono o 'e-mail' y suele vivir cerca.
De Simone de Beauvoir a Gwyneth Paltrow
La paulatina evolución de las parejas LAT es una consecuencia de la segunda transición demográfica marcada por el control de la fertilidad, los mayores niveles educativos y el aumento de la igualdad.
O dicho de otra manera: la forma en que concebimos el amor no tiene
nada que ver con cómo lo veíamos hace unas décadas. Primero, fueron los
matrimonios sin amor; luego, los matrimonios con amor pero de por vida;
más tarde, la cohabitación previa al matrimonio, y, posteriormente, la
desinstitucionalización del matrimonio como paso necesario en la
trayectoria de una pareja. “Querer es muy subjetivo, pero es que las
parejas son cada vez más subjetivas: son tolerados más modos de vida
distintos si es lo que cada uno quiere y le funciona, como pasa también
con el poliamor o la bisexualidad”, apunta Ayuso.
Sin embargo, vivir bajo distinto techo no es nada nuevo. Los primeros en practicarlo fueron Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre,
quienes además tenían una relación abierta. Curiosamente, ahora ambos
comparten tumba en el cementerio de Montparnasse, en París. Más
recientemente, famosos como Woody Allen y Mia Farrow también lo
practicaron (vivían en diferentes lados de Central Park), así como el
director Tim Burton y la actriz Helena Bonham Carter o Gwyneth Paltrow y
su segundo marido.
Tipos de parejas en LAT
Según las experiencias de parejas LAT, además de para mantener su independencia al margen de la relación, también les ayuda a mantener la llama encendida: “Nos vemos mucho, pero no demasiado. No nos sacamos de quicio ni discutimos sobre temas cotidianos como el dinero o dejarse abierta la tapa de la pasta de dientes. Estamos más frescas, románticas y más dispuestas a aceptar nuestras diferencias”, cuenta Penny, una ejecutiva de Toronto que empezó a salir con su futura mujer después de 10 años viviendo con su exmarido. “Hace poco, nos hemos prometido y mucha gente da por hecho que al final nos vamos a mudar juntas, pero no lo vemos necesario. Otras veces, piensan que nuestra relación no es seria o que tenemos fobia al compromiso, pero tampoco es verdad”.
En el caso de Penny, por su trabajo, necesita vivir cerca de un
aeropuerto, mientras que su novia prefiere la vida en el campo. “Pero sé
que nosotras somos afortunadas, porque tenemos una posición económica
que nos permite mantener dos hogares, y no todo el mundo puede”, afirma.
En
España, las parejas LAT están teniendo menos recorrido que en otros
países, precisamente por la precariedad entre los jóvenes, aunque
también por cuestiones culturales: “Por un lado, nos emancipamos mucho más tarde y los procesos de emparejamiento son más tardíos. Y cuando lo hacemos, la vivienda es muy cara como para mantener dos casas”,
apunta Ayuso. “Pero también porque tenemos redes familiares más fuertes
que en otros países, no nos gusta tanto estar o vivir solos como en los
países nórdicos”.
Según un estudio de Ayuso,
en España, el 8% de las mujeres tiene pareja y no convive con ella,
frente al 14,7% de parejas LAT de Francia, o el 11,8% de Alemania,
aunque por encima de otros países más tradicionales como Rumanía (4,6%).
Sin embargo, faltan estudios para saber cuánto de ese porcentaje lo
hace por propia voluntad o son personas que, por circunstancias como la distancia o el cuidado de personas dependientes,
no pueden vivir juntas. O hasta qué punto vivir separados porque
ninguno quiere renunciar a su carrera es elección u obligación. “Antes,
uno de los dos —casi siempre la mujer— seguía al marido, y no había
más”, apunta el sociólogo.
Lucía (nombre cambiado) forma parte de ese 8% español. Hace cuatro
años que mantiene una relación sentimental con su pareja y nunca se ha
planteado vivir con él. “El proyecto de futuro, por el momento, es vivir
separados”, zanja. Ella tiene 30 años, él 37, y sus casas de Madrid
están a media hora andando la una de la otra. “Me gusta tener mi
espacio, con mis cosas, y poder volver a él cuando lo necesito. Además,
por mi casa pasa mucha gente, se quedan a dormir… Y yo me sigo nutriendo
de relacionarme con otras personas, lo que creo que también favorece a
la pareja porque entra más aire y nuevos puntos de vista”,
explica esta residente de Psiquiatría. “Pero reconozco que también
tiene un punto individualista, y no en el buen sentido; a algunas
personas nos cuesta más compartir espacios, y eso antes era impensable”.
El surgimiento de estas relaciones tiene también mucho que ver con la sociedad líquida de Bauman.
“La vida en pareja es un proceso cada vez más fluido: los vínculos son
más débiles y el riesgo de ruptura en estos casos es muy alto, porque no hay ni que cambiar los armarios.
O te enfadas y estás 15 días sin hablar porque no te ves”, apunta
Ayuso. “Queremos tener pareja, pero no el desgaste que supone tenerla.
Claro que también habrá quien te diga que por qué hay que aguantar a
nadie, o que hay matrimonios que llevan 40 o 50 años juntos pero cada
uno duerme en un dormitorio porque no se aguantan, ¿y es eso lo ideal? Igual tampoco”,
reflexiona. Para Sharon, sin embargo, se trató más bien de un proceso
natural: “Siempre nos han enseñado que el amor es conocerse, enamorarse,
casarse y convivir, pero yo no entendía por qué había que vivir juntos.
Y simplemente, nunca lo he necesitado”.
Según un estudio de la Universidad de Misuri,
el motivo para vivir separados en las parejas LAT es distinto entre
hombres y mujeres. Mientras que ellos quieren proteger su tiempo de
ocio, ellas quieren preservar su autonomía. Además, otra investigación
en Suecia entre 116 parejas de entre 60 y 90 años descubrió que ellas
disfrutaban más de este tipo de forma de vida que ellos porque “no
tienen que sacrificar su libertad para experimentar la intimidad”.
Ni plan familiar ni beneficios
Pero vivir cada uno en su casa
también tiene sus desventajas. Al margen del rechazo y el escepticismo
que pueden despertar en su entorno, a nivel burocrático, todavía queda
camino para que los gobiernos los reconozcan como pareja si no comparten
ni dirección. “No podemos acogernos a ningún ‘plan familiar’, de
teléfono o servicios de internet. Tampoco podemos ser beneficiarios de
nada ni cumplimos el criterio de ‘acompañante familiar’ en el médico,
por ejemplo, porque en la mayoría de instituciones no hay todavía una casilla que recoja nuestra circunstancia”, apunta Jeni.
Tampoco la sociedad, cuentan, les entiende muchas veces: les
califican de egoístas, temerosos del compromiso o lo ven como una
excentricidad pasajera. Sin embargo, Jeni y Sharon no se ven viviendo de
otra forma, mientras que Lucía no se cierra las puertas si, por
ejemplo, algún día, decide tener hijos. Penny, por su parte, está más
cerca de comprarse una casa con su mujer en Costa Rica que en compartir
vivienda todo el año en Canadá.
Si vivir cada uno en su casa y
dios en la de todos es una moda pasajera o una forma de vida que ha
venido para quedarse, se verá con el paso del tiempo: “Dentro de unos
años, tendremos la primera generación de viudos que vivieron la primera
revolución sexual, y van a estar todavía más abiertos a estas formas de
emparejamiento”, apunta Ayuso. Sharon, quien está preparando actualmente
un documental sobre el tema,
no tiene dudas de que aumentarán con el tiempo: “Con las elevadas tasas
de divorcio que tenemos actualmente, ¿no es tiempo de empezar a pensar
fuera del molde… o de la casa?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario