domingo, 19 de julio de 2015

ABC

Cómo gestionar las vacaciones de tus hijos si estas separado



Los chantajes emocionales, el intento de compensar la situación vía regalos o hablar mal del otro progenitor son errores muy comunes que traen consecuencias devastadores en el menor


Inmersos como estamos en pleno período de vacaciones muchos hijos sufren las separaciones de su progenitor habitual y entorno diario porque sus padres están separados. Una circunstancia mucho más severa para la mente y el crecimiento de los niños de lo que muchas veces pensamos. Sin embargo, como muchas veces esas separaciones son el remedio menos malo, hemos hablado con una experta en psicología, infanto juvenil, Olga Carmona, de psicología Ceibe, para que nos dé unas pautas a seguir que favorezcan, en la medida de lo posible, el mejor ambiente para los principales afectados: los niños.
¿Qué supone para los hijos la separación de los padres?
Dependiendo de la edad, no es lo mismo para un bebé que para un joven que ya está emancipado, aunque podemos afirmar categóricamente que siempre tiene implicaciones emocionales.
Si bien nada en conducta humana es matemático, ya que cada ser humano es único y tiene su exclusiva manera de procesar la realidad y reaccionar frente a ella, sí podemos establecer parámetros comunes y más probables en base al estudio de grandes grupos de personas que han vivido experiencias análogas.

Lo que rotundamente se puede afirmar es que la separación de los padres siempre tiene consecuencias en los hijos, presentes y/o futuras. Por otra parte y frente a lo que pueda parecer, muchos estudios concluyen que el impacto emocional y psicológico es mayor cuanto menores sean los hijos.
¿Cómo les afecta? ¿En qué se manifiesta?
Los síntomas más frecuentes en la etapa de los 2 a los 6 años son conductas regresivas tales como chuparse el dedo, enuresis, encopresis, rabietas, ansiedad de separación, alteración de los patrones de hambre y sueño, problemas relacionales, exceso de demanda hacia uno de los progenitores (generalmente la madre), introversión e incluso mutismo.
Además, es la etapa del pensamiento mágico donde ellos creen que lo que está ocurriendo es por su culpa, porque no se han terminado la comida o porque se han despertado mucho por las noches. Antes de la aparición del lenguaje, no disponen de herramientas para gestionar el estrés y el impacto que tiene la ruptura de su mundo, de su único mundo. Si entendemos que en esta etapa se establece la manera en que vamos a relacionarnos e interaccionar con el mundo, resulta fácil comprender que el niño incorpore una visión insegura y hostil de la vida y un sentimiento de indefensión generalizado y difícil de definir dado que no disponen del lenguaje ni para expresar lo que están sintiendo ni para poder acotarlo y canalizarlo.
¿Y más adelante?
Ya en la etapa que va de los 7 a los 12 años y dado que el lenguaje está establecido disponen de más herramientas para la gestión del dolor, aunque es frecuente que sigan apareciendo síntomas que suelen ir en la línea de la recriminación a los padres, los intentos por volverlos a juntar, conductas de manipulación y también de desprecio hacia uno los dos produciéndose un fenómeno llamado “asimetría emocional” donde se idealiza a uno de los padres y se menosprecia al otro. El manejo que los padres hagan de esta reacción va a determinar que se perpetúe o se minimice.
En esta etapa la culpa sigue presente y lo que es más importante, se puede producir una pérdida de autoestima grave: la ruptura de los padres es interiorizada por el niño como falta de amor y por tanto la desaparición de la razón por lo cual él llegó al mundo, es decir, se tambalea la base de su propia existencia, lo que deriva en una subestimación del yo, del sí mismo. Es común que esta autopercepción de fragilidad y confusión se “disfrace” de agresividad y baja tolerancia a la frustración.
¿Qué sucede en la etapa de adolescente?
Y cuando ya entramos de lleno en la adolescencia, todo lo que vengan arrastrando del pasado va a multiplicarse por mil, de forma que se convierte en una etapa crítica donde la vulnerabilidad frente al alcohol, las drogas o la promiscuidad sexual son el plato fuerte de aquellos que arrastran agujeros emocionales y autoestimas dañadas.
Hay también una proyección hacia el futuro donde la separación de los padres sigue afectando a los hijos porque no es improbable que tengan una idea distorsionada sobre las relaciones de pareja, especialmente acusado en el caso de las niñas que suelen tender a emparejarse de forma precoz con parejas poco idóneas en un intento por vincularse afectivamente y tratar de compensar lo que le supuso la ruptura de sus padres.
¿Cómo deberían ser planteadas las vacaciones en función de la nueva situación?
Dependiendo de la edad del niño. Los menores de 6 años suelen tener como figura de apego a la madre y por tanto sería ideal que la mayor parte de éstas las pasara con ella, a partir de ahí se trataría de encontrar una manera que priorice siempre al menor, dado que es la parte más indefensa de una situación dura y no es parte del problema, aunque sí de las consecuencias. Por tanto, el planteamiento sobre las vacaciones debería partir de la generosidad de ofrecer al niño un modelo que cambie lo menos posible sus hábitos en esta época del año y ya si es mayor, escuchar y tener en cuenta sus preferencias y necesidades.
En todas las separaciones, los hijos deberían ser cuidados como la prioridad máxima de los padres, que aunque hayan decidido dejar de ser pareja, no pueden ni deben dejar de ser padres y su nivel de compromiso para con los hijos debe permanecer intacto dado que ellos son “rehenes” de todas y cada una de nuestras decisiones.
¿Qué debería hacerse siempre?
Priorizar el bienestar del menor, alterando lo menos posible su mundo y sus rutinas, respetando su proceso de duelo con cualesquiera de sus manifestaciones o síntomas, empatizar con su dolor ofreciendo apoyo emocional: hablar con ellos sobre lo que está pasando de acuerdo a la edad del niño, con honestidad y con respeto hacia el otro progenitor, responder a sus preguntas, ofrecer tiempo y presencia,tranquilizarles sobre sus miedos ante el futuro y el cambio, mantener los límites y las pautas de crianza sin caer en la sobreprotección por lástima o llevados por nuestro propio dolor.
Delimitar las responsabilidades de lo que está pasando: ellos ni son la causa de la separación, ni tampoco pueden arreglarlo. Es importante cuidarse para poder cuidar y para no ofrecer a los hijos una imagen de caos o de inseguridad.
¿Qué no debería hacerse nunca?
Culpabilizar: bajo ningún concepto ni sugerir que si “los hijos no existieran todo sería más fácil”, o que “por ellos he aguantado” o que “por ellos me separo”. Ellos están fuera de esta ecuación en cuanto a causas o argumento de nuestras decisiones.
No utilizarlos ni de mensajeros, ni de cómplices, ni de refugio, ni de detectives, por supuesto no pelear ni gritar ni faltar al respeto al otro progenitor porque esto les haría caer en un conflicto de lealtades que aumenta el desconcierto y el dolor y distorsiona su percepción del otro género y de las relaciones de pareja y humanas.
Tampoco deberíamos caer en el “compensación” por el dolor o por la pérdida. Las situaciones vitales emocionalmente duras como es esta, no son compensables. El dolor no se mitiga con regalos ni con falsas conductas que proceden de la pena o la culpa o la compasión hacia ellos y hacia nosotros mismos. De hacerlo así, les estamos transmitiendo formas tóxicas de gestión emocional y les estamos de paso, inhabilitando para un correcto aprendizaje de las crisis vitales. Enseñarles a gestionar el dolor sin negarlo ni disfrazarlo ni compensarlo es posiblemente la única cosa positiva que pueden llevarse de un divorcio.